miércoles, 24 de enero de 2007

Ryszard Kapuscinski, Ébano


Ryszard Kapuscinski ha muerto y aunque rehuyo escribir sobre actualidad (ya hay demasiado) no puedo menos que acordarme del excelente libro que de él leí. Me refiero a “Ébano”.

“Después de observar a los mosquitos durante muchos años (o más bien, durante muchas noches), he llegado a la conclusión de que estos seres deben de tener muy arraigado el instinto suicida, una necesidad incontrolada de autodestrucción que hace que al ver la muerte de su predecesor (en realidad de su predecesora, pues son las hembras del mosquito las que nos atacan y transmiten la malaria), en vez de renunciar, de perder las ganas de guerrear, todo lo contrario, claramente excitados –o sea excitadas- y desesperadamente decididos –o sea decididas-, se lanzan uno tras otro –una tras otra- a una muerte inmediata e inevitable.” (pag. 72)

Así escribe Kapuscinski, no sólo de mosquitos sino de todo lo que lo rodea, con imparcialidad y a la vez intentado meterse en los escondrijos cerebrales de sus sujetos observados. En sus múltiples visitas a África ofrece una imagen diferente a la de otros informadores, quizá más la de un novelista, pero siempre documentado y de tan realista hasta parece surreal, onírico, lo que cuenta.

“Es un hecho que lo que más nos impacta de la gente que encontramos en países como Ruanda es un profundo provincialismo en su manera de pensar. Y es que nuestro mundo, aparentemente global, a la hora de la verdad no es sino un conglomerado de cientos de miles de provincias de lo más diverso y que no tienen ningún punto de encuentro. El viaje por el mundo es un peregrinar de una provincia a otra, y cada una de ellas es una estrella solitaria que brilla sólo para sí misma. Para la mayoría de la gente que vive allí, el mundo real se acaba en el umbral de su casa, en el límite de su aldea o, todo lo más, en la frontera de su valle. El mundo situado más allá no es real ni importante, ni tan siquiera necesario, mientras que el que se tiene a mano, el que se abarca con la vista, aumenta ante nuestros ojos hasta alcanzar el tamaño de un cosmos tan inmenso que nos impide ver todo lo demás. “ (pag. 184)

Al leer estas líneas pensaba que Kapuscinski describe una sensación muy conocida por todo viajero; aquella de que el mundo que dejó hace poco se ha convertido en imaginario y que parece tan lejano, frente a lo que ve, que tiene que hacer un esfuerzo para no creer que lo ha soñado. Así de omnipotentes son nuestros sentidos que se imponen a la memoria y a la inteligencia, y así se explica como formando parte del mismo mundo, cada localidad, cada país, se considera el centro del mundo y de la civilización.

Pensaba también, y ahora lo traigo a este presente en el que ya no está Kapuscinski, que se necesita de libros como el mencionado para torpedear esa visión etnocéntrica que ingenuamente todos tenemos. Viajar no es suficiente, a veces se aprende mucho más si dejamos que alguien como el autor viaje y luego nos lo cuente. Por eso lamento la pérdida de Ryszard Kapuscinski; cuando alguien inteligente se va definitivamente, nos quedamos un poco más pobres.

Ficha Bibliográfica:

Kapuscinski(1998), Ryszard Kapuscinski, "Ébano", Anagrama, Crónicas, Barcelona, 9ª edic. julio 2003, Trad. del polaco: Agata Orzeszek, pp.342, tit.Orig: Heban, Czytelnik, Varsovia, 1998

1 comentario:

Anónimo dijo...

En efecto, tiene problemas. Está enfermo. No siemptre, no sin cesar, pero de vez en cuando, periódicamente, sí lo está. Ya ha ido a ver a varios especialistas ghaneses pero no le han ayudado. El asunto consiste en que en la cabeza, dentro del cráneo, tiene animales. No es que los vea, piense en ellos o les tenga miedo. No, nada de eso. Se trata de que estos animales están dentro de su cabeza, allí viven, corren, pacen, cazan o, simplemente, duermen. cuando se trata de animales dóciles, tales como antílopes, cebras o jirafas, lo soporta todo muy bien, incluso resultan agradables. Pero a veces viene un león hambriento. Como tiene hambre y está furioso, ruge. Entonces, el rugido de ese león hace que le estalle el cráneo.