viernes, 31 de agosto de 2007

J.Walter. diario de un soldado de Napoleón

Este interesante librito complementa muy bien a otro ya comentado en el Blog, (me refiero al de David Chandler, “Las campañas de Napoleón. Un Emperador en el campo de batalla de Tolon a Waterloo (1796-1815)”) Es un diario escrito por Jacob Walter, un soldado de leva, alemán, que se ve obligado a participar en la Grande Armée en su invasión a la Rusia zarista.

Antes de la desastrosa campaña del Este, Jacob, de Westfalia, participa en la lucha de las tropas francesas contra Prusia (1806), luego vuelve a participar en las operaciones contra Austria (1809) y por último, en 1812, en la invasión a Rusia con sus trágicas secuelas para el ejército del emperador.

Las memorias están escritas en prosa sencilla, por un hombre de pueblo que no es literato ni pretende escribir para el público, sino para sí mismo y para sus herederos, y no nos habríamos enterado nunca de ellas si no fuera por la labor investigadora de Marc Raeff, profesor de estudios rusos de la Universidad de Columbia.

Los escritos de Walter van precedidos de un estudio del profesor Raeff que sitúa la acción y los principales protagonistas; algo que es importante ya que de esta forma se facilita la comprensión de lo narrado para los que no conocen la época y tienen una vaga idea de las circunstancias en que operaron las tropas napoleónicas.

Según destaca en esta introducción: “La autobiografía de Jacob Walter sólo narra hechos de los que fue testigo y que experimentó en su propia carne […] no hay motivos ocultos en sus memorias, ni tampoco pretendió hacer juicios morales o de otro tipo. Simplemente, cuenta, y con bastante crudeza, lo que puede aflorar en un hombre incondiciones de máxima dureza y atemorizado por la muerte.” (pág. 30)

Yo considero que siempre es fundamental completar la lectura de los hechos narrados por los grandes generales, o sus biógrafos, como el libro ya citado al principio, con versiones de primera mano y, de ser posible, de personal inferior (cuanto más bajo en la graduación mejor) participante en las batallas. Se puede apreciar una perspectiva radicalmente diferente quizá mucho más miope, pero también mucho más humana, y de la misma manera que se necesitan una visión binocular para tener perspectiva necesitamos de varios puntos de vista, alejados entre sí, para situarnos en los acontecimientos históricos que siempre son complejos por su naturaleza.

Un ejemplo de lo que comento (de lo que es improbable encontrar en las biografías de los grandes): “Mientras llegábamos a Orscha, nos dijeron que en un almacén conseguiríamos pan y también avena para los caballos, pero resultó imposible. A pesar de que había un montón de guardias estacionados alrededor del almacén, no pudimos abrir ninguna de las puertas, ya que todo el mundo empezó a darse codazos y empujones para acercarse. Me aproximé con rapidez al lugar para conseguir avena, pero no me fue posible entrar, hasta que los guardias no aguantaron más y abrieron las puertas de par en par. Entonces trepé por la abertura de una ventana, cogí varios sacos de avena con la ayuda de mis camaradas y los llevé junto al fuego del campamento. Inmediatamente después, un soldado que había compartido mi hoguera vino con dos panes. En aquel momento el corazón de los soldados empezó a latir con ansiedad y todo el mundo se apresuró hacia el almacén de pan. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer? Muchos soldados débiles que yacían en el suelo fueron pisoteados entre gritos sobrecogedores. Volví a entrar por la abertura de la ventana y me llevé cinco panes, aunque estaban hechos migajas. Desde que salimos de Moscú, aquel fue el segundo trozo de pan que me pude llevar a la boca y di gracias a Dios por él, con el rostro bañado en lágrimas.” (pág. 106)

Jacob Walter tuvo suerte y sobrevivió al desastre generalizado. De los seiscientos mil hombres que cruzaron la frontera rusa, en junio de 1812, sólo veinticinco mil volvieron a cruzarlas en diciembre de ese mismo año. La campaña rusa precipitó la caída de Napoleón y determinó la configuración europea en el siglo que apenas comenzaba. Fue también el acontecimiento más estudiado por el Estado Mayor de Hitler, y sin embargo poco les sirvió. La Historia demuestra que las posibilidades de equivocarnos, son tan infinitas como probables; aunque los que soportan el coste más terrible en las decisiones políticas de envergadura suele ser, ¡como si no!, el pueblo llano.

Ficha Bibliográfica:

Walter(1991), Jacob Walter, “Diario de un soldado de Napoleón”, Edhasa, Colección Tierra incógnita, www.edhasa.es Madrid, junio 2004, pp.213. Tit.Orig: The Diary of a Napoleonic Foot Soldier, Doubleday Publishing Group.

jueves, 30 de agosto de 2007

R.Goscinny et A.Uderzo. Asterix in Hispania

Los comics de Asterix son sobradamente conocidos como para no hacer ningún comentario especial. Pero está edición… está en Latín, y esto sí merece una nota.

Para practicar latín lo veo ideal, máxime si se tiene en cuenta que cada libro de la serie va acompañado de una separata donde en alemán, francés, inglés y español se traducen las palabras y frases que pueden originar más dudas. Es bastante completa y con unas mínimas nociones de Latín, más la ayuda de los dibujos, más la separata mencionada, la comprensión de los acontecimientos está asegurada.

Así podremos leer:

“Anno a.C.n.L: tota Gallia, quae, ut vides, est divisa in partes quinque, a Romanis occupata est… Totane? Minime! Vicus quidam a Gallis invictis habitatus invasoribus resistere adhuc non desinit. Neque vita facilis legionariis Romanis, quibus sunt castra bene munita Babaourum, Aquarium, Laudanum, Parvibonumque…”

Tal como se puede apreciar en la contratapa, la edición original es alemana y comprende todos o la mayoría de las aventuras del famoso galo. Muy recomendable para actualizar conocimientos, ahora que existe un interesante movimiento, más acentuado en los países nórdicos, por volver a usar el latín como lengua común.

Datos de búsqueda:

“Asterix in Hispania”, Egmont Ehapa Verlag, Stuttgart, http://www.asterix.de

miércoles, 29 de agosto de 2007

A.de Botton. Cómo cambiar tu vida con Proust

Es el cuarto libro que comento de Botton y ello significa que es un autor predilecto. Sus libros no me han desilusionado y todos conectan con mi preocupación principal: “Cómo utilizar la inteligencia que Dios nos dio para vivir mejor y más tranquilos”.

Alguien podría objetar este objetivo (sobre todo si ha tenido una educación católica) criticándolo por egoísta. En ese caso yo le respondería: “¡En absoluto, querido amigo! Si uno quiere vivir bien… también tiene que preocuparse del entorno; no somos seres aislados ni estamos programados genéticamente para vivir en soledad, al contrario de otros mamíferos. Así que un sano “egoísmo” implica una preocupación solidaria por todos nuestros camaradas); y también, lo que considero clave, por los animales y las plantas que nos acompañan (¡quién desprecia o ignora a los otros seres vivos, es un peligro para sus semejantes!).”

Volvamos a nuestro autor. En éste trabajo analiza las ideas del célebre novelista (y muy poco leído) Marcel Proust, un hombre “franco y campechano” quién fue capaz de escribir lo siguiente, en un diario francés de la época, a un catastrofista científico norteamericano: “Creo que si estuviéramos ante la amenaza de morir del modo en que usted dice, a todos la vida nos parecería repentinamente maravillosa. Piense solamente en la cantidad de proyectos, viajes, amores, estudios que nuestra propia vida nos oculta, y que son invisibles debido a nuestra pereza y a que por nuestra certeza de que existe un futuro posponemos sin cesar…” (pág.10).

Botton revisa las opiniones de Proust publicadas en sus artículos y en su famoso libro (“En busca del tiempo perdido”) para ofrecer al lector pistas sobre que hacer para amar la vida un poco mejor, vivir el reloj de otra forma, saber expresar nuestras emociones, conservar los amigos, mantener los ojos bien abiertos, ser feliz con los que amamos y aprender a leer aquellos libros que nos prestan un verdadero apoyo.

En realidad muchos de estos consejos son previsibles, y no se puede decir que ninguno nos sorprenda por su radical novedad; pero Botton, nacido en Suiza y que vive habitualmente en Londres, es un filósofo del “día a día”; es decir alguien que explora lo evidente y lo convierte en objeto de investigación y de renovado interés.

Gracias a Botton yo, lo confieso, he descubierto a Proust, y no me avergüenza escribirlo porque no es desdoro necesitar un guía para explorar muchas cuestiones tanto de nuestro entorno como interiores. Se necesita de alguien que nos señale, por ejemplo, este párrafo de Proust para que le prestemos atención:

“La verdadera belleza es lo único que de veras resulta incapaz de responder a las expectativas de una imaginación romántica en demasía […]. ¡Qué decepciones no habrá causado desde que se presentó ante la humanidad entera! Una mujer va a visitar una obra maestra con tanta emoción como si estuviera a punto de terminar una novela por entregas, o como si hubiera ido a consultar a un adivino sobre su porvenir, o como si estuviera esperando a su amante. En cambio, ve a un hombre sentado, un hombre en actitud meditativa, junto a una ventana; en su habitación no hay demasiada luz. Aguarda un momento, no sea que vaya a aparecer algo más, como si se tratase de una transparencia de boulevard. Y aunque la hipocresía pueda sellar sus labios, en el fondo de su corazón dice lo siguiente: “¿Cómo? ¿Es eso todo lo que tiene el Filósofo de Rembrandt?”. (pág.166)

Este párrafo lo usa Botton para indicar cómo la belleza no es algo que se nos ofrezca sin más, y que necesita de nuestra búsqueda y conocimiento para saber encontrar lo que ofrece. Y así en el diálogo entre el autor moderno y el clásico francés el libro nos guía por aquellas cuestiones que deben ser repasadas atentamente para ver lo que estando delante nuestro, por obra de la costumbre y la prisa, se convierte en invisible.

Escribe Proust:

“Los pesares y tristezas, en el momento en que se transforman en ideas, pierden parte del poder que tienen de destrozarnos el corazón” (pág.83)

Y continúa Botton: “De todos modos, con harta frecuencia en el sufrimiento no llega a operarse una transformación alquímica de la cual resulten las ideas, y en vez de proporcionarnos un mejor concepto de la realidad nos empuja en una nefasta dirección que no nos enseña nada nuevo, hacia un terreno en el que estamos sujetos a muchas más ilusiones y en el que tenemos muchos menos pensamientos vitales que sí, de entrada, nunca hubiéramos sufrido. La novela de Proust está repleta de lo que podríamos llamar “malos sufridores”, pobres almas que han sido traicionadas en el amor, excluidas de las fiestas o que están doloridas por un sentimiento de inadaptación intelectual o de inferioridad social, pero que no extraen ninguna lección de todos esos males y que, de hecho, tienden a reaccionar ante ellos dedicándose a una amplia gama de ruinosos mecanismos de defensa, entre ellos la arrogancia y el autoengaño, la crueldad y la insensibilidad, el rencor y la rabia.” (ibidem)

El lector perspicaz aprecia, en lo anterior, que el análisis Bottoniano no se limita a seleccionar partes escogidas de Proust y a alabarlas como haría un comentarista dócil; sino que dialoga con el lector en un relación triangular (ya que éste, el lector, también integra virtualmente la mesa de discusión) y donde Proust es un punto de referencia y también de apoyo para reflexiones propias, pero no una autoridad inapelable.

En mi modesta opinión es uno de los libros de Botton más logrado, o que me llegó más, y por lo tanto me parece que ofrecer un comentario sobre él es, como lo decía al principio, contribuir un poquito a mejorar mi entorno difundiendo las cosas buenas que nos suceden.

Ficha Bibliográfica:

Botton(1997), Alain de Botton, “Cómo cambiar tu vida con Proust”, Ediciones B, Madrid, 1998, pp.223. Tit.Orig: How Proust can change your life.

Nota: Un interesante reportaje sobre Botton puede leerse en

ver

martes, 28 de agosto de 2007

A.de Botton. Las consolaciones de la filosofía

Filosofía es sinónimo de estudios eruditos y bastante alejados de la vida cotidiana. Existe en casi todos los países una carrera universitaria que produce una clase de licenciados y doctorados que nadie sabe bien para que sirven… excepto para enseñar a otros a seguir por el mismo camino. ¡Líbreme el Señor de criticar tales estudios! Sólo un Wittgenstein podía burlarse de ellos, pero no un simple mortal. No obstante hubo una época en que Filosofía era algo así como el arte de vivir mejor que los demás; no por acumular riquezas, poder o conocimientos, sino por enfocar los hechos vitales de otra manera, y por lo tanto conseguir un estado de tranquilidad y armonía muy aceptables.

Esta clase de Filosofía es propia de los griegos, pero los siglos posteriores se fueron alejando de este programa de sabiduría laico, para enfrentarse con otra clase de problemas, más abstractos y naturalmente más alejados de las angustias cotidianas.

Sin embargo existen una importante cantidad de autores que propusieron en su enseñanza, normas, o reglas de buen vivir y he aquí que Alain de Botton se ha propuesto revisarlos y transmitirnos sus pensamientos. Sócrates, Epicuro, Séneca, Montaigne, Schopenhauer y Nietzsche son los seleccionados y podemos comprobar como dijeron cosas que si bien no aseguran el éxito por lo menos nos darán que pensar.

Al empezar con Sócrates Botton fundamenta así su elección: “… no sólo la hostilidad ajena puede disuadirnos de todo cuestionamiento del statu quo. Nuestra voluntad de dudar puede verse minada con análoga fuerza por un sentimiento interior de que las convenciones sociales han de poseer un sólido fundamento, aun cuando no acertemos a conocer con precisión de cuál se trata, puesto que han contado con la adhesión de muchísima gente durante largo tiempo. Se nos antoja poco plausible que nuestra sociedad pueda hallarse gravemente equivocada en sus creencias y que, al mismo tiempo, seamos los únicos en advertir esta circunstancia. Sofocamos nuestras dudas y seguimos la corriente porque no somos capaces de concebirnos como pioneros de verdades difíciles e ignotas hasta la fecha.

En busca de ayuda para superar nuestra docilidad, dirijamos la mirada al filósofo.” (pág.19)

Luego Botton pasa revista a otro filósofo griego malamente conocido e interpretado tanto por antiguos como por modernos: “Para Epicuro –escribe nuestro autor- la tarea de la filosofía consiste en ayudarnos a interpretar nuestras confusas sensaciones de congoja y deseo, y librarnos así de planteamientos erróneos en aras de la felicidad. Deberíamos cesar de responder al primer impulso e investigar en cambio el grado de racionalidad de nuestros deseos, de acuerdo con un método interrogativo cercano al empleado por Sócrates para evaluar las deficiencias éticas más de cien años atrás.” (pág.64).

Más adelante el libro nos trae a Séneca, a los estoicos y a las consecuencias que podemos deducir de sus enseñanzas: “Pero el planteamiento de Séneca era más sutil. No es menos insensato aceptar algo como necesario cuando no lo es que rebelarse contra algo que sí lo es. Tan fácil es extraviarse aceptando lo innecesario y negando lo posible, como negando lo necesario y anhelando lo imposible. A la razón le corresponde distinguir en cada caso.” (pág. 120).

Y de Grecia Botton pasa al siglo XVI en Francia, para analizar el problema de la ineptitud (tanto propia como ajena) revisando el trabajo de Michel de Montaigne. Lo elige porque “Montaigne no se compadece de si mismo. Antes bien, recurre a la crítica de obras contemporáneas más ambiciosas como síntoma de la perniciosa tendencia a pensar que la verdad ha de morar siempre lejos de nosotros, en otros parajes, en una vieja biblioteca, en los libros de personas que vivieron hace mucho tiempo. La cuestión estriba en saber si el acceso a lo genuinamente valioso está reservado a un puñado de genios nacidos entre la construcción del Partenón y el saqueo de Roma o si, como osaba sugerir Montaigne, tampoco nos está vedado a ti o a mí.” (pág. 179).

Y de autor en autor Botton va pasando revista a las cuestiones que a todos nos afecta, terminando con el aporte de Shopenhauer para los problemas emocionales y el de Nietzsche para enfrentar las diversas y serias dificultades que, demasiado a menudo, nos trae la vida.

Todo el libro es una invitación a no desdeñar ni el aporte de los libros ni a sobrevalorarlos colocándolos por delante de nuestra experiencia. Ese delicado equilibrio entre conocimiento y razón, entre sensibilidad y prudencia que si bien es algo que cada cual debe encontrar en si mismo, también resulta de estar abierto a las mejores ideas que la humanidad ha producido. Al fin de cuentas todo está ya inventado, y si podemos tener buenas ideas a nuestra disposición ¿por qué despreciarlas?

Ficha Bibliográfica:

Botton(2000), Alain de Botton, “Las consolaciones de la filosofía”, Taurus, Madrid 2001, pp.295. Tit.Orig: The Consolations of Philosophy

viernes, 24 de agosto de 2007

A. de Botton. El arte de viajar


Viajar es la manía más extendida de los pueblos que viven en el primer mundo. El que no viaja o está enfermo, o es pobre como una rata (tanto que ni siquiera puede permitirse un crédito anual para financiarse una semana en el Caribe).
Este vicio se encuentra también en los estratos más acomodados de los países subdesarrollados cuya burguesía no se siente cómoda si no puede mostrar que en algún momento realizó un viaje transcontinental y visitó varias urbes europeas. Naturalmente el gesto se acompaña con abundantes referencias documentales: fotos que muestran a los felices viajeros al costado de cierto monumento; de esos que aparecen en la televisión o en cualquier documental sobre el lugar.
No me parece en si mismo una actitud viciosa; viajar es bueno para ampliar horizontes y para reconocer que no vivimos en el ombligo del mundo. El problema, por llamarlo de algún modo, aparece cuando lo importante es el viaje, y no el lugar hacía donde el viajero se traslada. Es habitual en las agencias de viaje que aparezcan clientes que preguntan, antes que nada, cuales son las ofertas del momento… mostrando así que lo que importa es huir hacia cualquier lado, mientras no salga muy caro.
El libro de Botton es una inteligente reflexión de cómo un viaje puede enriquecernos, si sabemos acompañar el traslado de una actitud correcta y nos obligamos, además, a algunas sencillas aunque esforzadas operaciones para comprender el lugar visitado.
Sugiere, por ejemplo, prescindir un poco de las Guías tan utilizadas; ya que si bien nos indican los mejores lugares para visitar, también, por el mismo proceso nos impiden encontrar, fuera de esos lugares, estímulos adecuados para enriquecer la percepción. La brújula del viajero es su curiosidad, alimentada por sus lecturas y experiencias previas, y justamente las Guías con sus detalladas explicaciones ponen el carro delante del caballo, sustituyendo el interés personal por la descripción tópica y típica.
Cada capítulo de libro está dividido en dos partes: por un lado el autor narra un viaje personal, por el otro utiliza a un escritor conocido para señalar algunos aspectos importantes de la actitud que debe tener el viajero. Actitud que necesita de su trabajo individualizado, que evite la pasividad habitual del que visita, escucha aburrido la explicación de un guía y saca luego unas fotos para mostrar que también ha estado allí.
Un libro estimulante, ya que no sólo aconseja viajar sino también reconocer con otros ojos los lugares donde vivimos. Lugares que al fin de cuentas son mucho más desconocidos de lo que suponemos (y además mucho más baratos).
Ficha Bibliográfica:
Botton(2002), Alain de Botton, “El arte de viajar ”, Taurus, http://www.taurus.santillana.es/, Madrid, 2002, pp.246, Tit.Orig: The Art of Travel.

W.Laqueur. Stalin

¿Qué puede aportar una lectura actual de un libro sobre el dictador soviético?
Por lo de pronto Walter Laquear revisa toda la información que tenemos, luego de la breve apertura de los archivos rusos (apertura que lamentablemente ha terminado). Todo ello arroja algo más de luz sobre esa parte de la historia rusa tan envuelta en sombras.
La figura de Stalin fue clave en la historia del mundo desde mediados de la década del veinte hasta los años 50, y su sombra se prolongó mucho más tiempo. Así que para cualquier interesado en nuestra época el tema no puede resultarle indiferente, aunque sí algo pasado de moda.
Si tomamos en cuenta que la izquierda europea (y latinoamericana) no ha hecho ningún “mea culpa” sobre su apoyo a la dictadura soviética y su servil aprobación de las iniquidades estalinistas, el tema no ha perdido presencia. Nunca se ha vuelto a hablar de cómo prestigiosos intelectuales occidentales ignoraron las claras señales de las purgas y exterminios cuando estas crueldades provenían de Moscú, e incluso como se contribuyó desde estas tierras, so pretexto de no dar armas al “enemigo”, al silencio sobre lo que pasaba en aquella parte del mundo.
Todo esto es historia pasada… pero sería realmente así si no fuera porque de tanto en tanto asisto al pedido de “perdón” que se reclama a la Iglesia Católica por su participación en diversas iniquidades históricas. Considero que el efecto perverso de esta visión unilateral de la historia nos lleva a imaginar que los hechos políticos son protagonizados únicamente por dos fuerzas claramente definidas y antagónicas: los buenos y los malos. Todo matiz es una señal de estar al servicio de “ellos”.
En este caso también es útil leer el libro de Walter Laqueur, y al mismo tiempo preguntarse como es que desde fuera de la URSS, dónde la mano dura de Stalin no podía llegar, se aceptara por parte de la izquierda comunista los resultados de los juicios de Moscú de 1937, por ejemplo. Lo lógico habría sido un clamor de indignación generalizado, al ver como antiguos y reconocidos dirigentes del partido comunista soviético se auto culpaban de los más absurdos y escalofriantes crímenes. La comparación con los juicios medievales de brujería surge espontáneamente. Sin embargo… nada de eso. Y no sería en este caso por el miedo a que de medianoche te golpearan la puerta los agentes de la seguridad rusa.
Se da el caso que Stalin ha matado más dirigentes comunistas que Hitler, y que ha liquidado más oficiales militares de alta graduación que los muertos por la agresión nazi durante la segunda guerra mundial. Pero todo esto es historia pasada…
Quizá para romper esa complicidad del silencio, aunque sea una quijotada puramente personal, vale la pena leer el libro.
Ficha bibliográfica:
Laqueur(1990), Walter Laqueur, “Stalin. La estrategia del terror”, Ediciones B, www.edicionesb.com, julio 2003, pp.426. Tit.Orig: Stalin.

martes, 21 de agosto de 2007

A.de Botton. Beso a ciegas

Este autor es uno de mis preferidos. Y se da la paradoja que a pesar de ello hasta ahora no he comentado ni uno sólo de sus libros. Así que al darme cuenta de ello corriendo me he puesto a la tarea y quiero comentar uno de los leídos, que me llamó particularmente la atención.

Ya hace años que me complace el género biográfico, quizá por que me permite acercarme a los autores que me interesan desde un ángulo diferente. El único problema (para mí) es que hay muchas biografías en el mercado, pero pocas de los personajes que busco ¡que le vamos a hacer!

Quizá por ello me fijé en éste, de Botton, que fue el primero que leí de los publicados en español, y es que hojeándolo uno ya percibe la burla al género aunque el texto aparente seriedad. ¿Qué pasaría si aplicáramos los procedimientos de búsqueda, selección e interpretación, normales en un biógrafo, a una persona vulgar, carente de todo interés público o histórico?

Pues bien, Botton se pone a la tarea e intenta rastrear el pasado y el presente de una persona que, todavía viva, tiene la particularidad de estar ligada sentimentalmente a él. Digamos que, en términos antiguos, es lo que se llamaba “su novia”.

Reconstruir su genealogía, sus gustos literarios, los hipotéticos traumas infantiles, su pensamientos íntimos, sus opiniones políticas… describir la conducta del héroe desapasionadamente, a pesar de su vínculo personal; todo lo que constituye el entramado de una biografía aquí lo tenemos, sólo que aplicado a una persona vulgar (termino usado aquí no peyorativamente, sino puramente indicativo).

Además el texto está acompañado por las inevitables fotos de las biografías serias; aquellas donde el personaje se muestra en su más tierna infancia, luego con sus amigos de colegio, más tarde con sus relaciones juveniles y en todas las circunstancias que el biografo haya podido recolectar para su trabajo.

En el proceso Botton tiene las mismas incertidumbres de cualquiera que aborde la construcción de una biografía, y también se ve obligado a generar interpretaciones, allí donde el personaje principal calla o faltan documentos ilustrativos.

Por supuesto no se olvida de comparar su trabajo con otros similares y en el proceso nos permite comprender, las dificultades de comprensión que tiene cualquier biografo con el objeto de sus afanes.

El arte de escribir una buena biografía podría consistir en saber cuando parar. “Una biografía debiera ser tan larga como la de Boswell o tan corta como las de Aubrey”, afirmó Litton Strachey al comparar el monstruo de 1492 páginas que escribió James Boswell sobre Johnson con los esbozos anoréxicos de John Aubrey a propósito de ciertas celebridades del siglo XVII. “Ese método de acumular hasta la saciedad toda suerte de elaborados detalles, el que dio lugar a la Vida de Johnson, es sin duda excelente –reconoció Strachey-, pero si eso no es posible, es mejor no quedarse en las medias tintas: es mejor apuntar a lo esencial, a captar una vívida imagen, en una o dos páginas, sin explicaciones, transiciones, comentarios ni rellenos.”

No le faltaba razón. Encajar toda una vida en una superficie no mayor que la de una tostada resulta sumamente atractivo.” (pág. 237)

No obstante esta reflexión Botton se inclina, por razones que explica, por el camino intermedio, y es en esa zona, habitual por otra parte en las biografías que se publican, donde se le plantean las decisiones que debe abordar para llegar a buen puerto.

Un libro, en suma, que resulta divertido por la colección de situaciones anodinas y vulgares tratadas como episodios históricos trascendentes y que, no obstante su nimiedad, plantean idénticos problemas de reconstrucción, tal como se hubiese hecho si la heroína hubiera sido un personaje famoso y digno del interés de cualquier lector culto.

El humor de Botton nos lleva, de página en página a desconfiar de las biografías en general; a advertir las operaciones secretas de la “cocina” del escritor, y a como el personaje si bien es real, no obstante toma, en algunos momentos, la característica idealizada de un personaje de ficción.

Nota: quisiera agregar que el título de la edición española me parece francamente estúpido. Pero estos hechos no son raros en nuestro país; así que sólo queda avisar.

Ficha bibliográfica:
Botton(1995), Alain de Botton, “Beso a ciegas”, Ediciones B, Barcelona marzo de 1999, pág.266, Tit.Orig: Kiss and Tell.

lunes, 20 de agosto de 2007

L.Wittgenstein. Observaciones filosóficas

Tengo bastantes libros de Wittgenstein y a veces pienso que debería hacer algún comentario sobre ellos, más que nada para mi mismo, y en la medida que sirvan a otros (como simples y breves aproximaciones) podría ir publicándolos en este blog.

El problema de los libros de este filósofo genial es que son caóticos, y o no se deben a él (sino a sus alumnos que tomaron aplicadas notas de lo que decía) o fueron escritos y transcriptos en circunstancias poco favorables, con prisa y corriendo. Por ejemplo éste que hoy menciono.

El texto fue resultado de un pedido de Russell a Wittgenstein para poder conseguirle trabajo en el Trinity Collage que le permitiera subsistir, luego de haber abandonado su trabajo de maestro en las montañas austríacas, y vuelto a Inglaterra en 1930. Recuérdese que el filósofo había donado toda su cuantiosa fortuna a sus hermanas, y estaba, en términos económicos, con una mano delante y otra detrás. Así que Bertrand Russell le pidió a su ex alumno que le diera una sinopsis de las cosas en que andaba para presentar al Trinity. Wittgenstein aceptó presionado por la dura necesidad, aunque regañando por el trabajo obligado a hacer: “Es un trabajo terrible y me siento desgraciado haciéndolo” (ver la biografía de Ray Monk, pág. 275, ya citada en este blog).

Así surgió lo que posteriormente sería el libro publicado por sus albaceas con el nombre, algo arbitrario, de “Observaciones filosóficas”.

Este texto representa una etapa en los cambios filosóficos del autor; algunos la califican de etapa de “transición” entre el Tractatus y las Investigaciones Filosóficas. A mi modesto entender esta denominación sería peligrosamente traidora ya que hecha ex post facto sugiere una línea de desarrollo y no creo que sea el caso. Pero para opiniones los humanos estamos predispuestos genéticamente, así que no vamos a discutir.

Sus observaciones sobre la verificación como criterio para encontrarle sentido a una proposición fueron luego abandonadas, por lo que, siguiendo a Monk, podríamos resumir el texto como “el más verificacionista y al mismo tiempo el más fenomenológico de todos sus textos. Utiliza las herramientas adoptadas por el Círculo de Viena para una tarea diametralmente opuesta a la de éstos” (Ibid. Pág. 276)

Está demás decir que finalizado el primer trimestre de 1930 Wittgenstein fue contratado como profesor por el Trinity por cinco años y este texto fue aprobado por la comisión siguiendo las opiniones de Russell y Hardy que fueron los examinadores.

Lord Keynes, el poderoso amigo y protector de Wittgenstein lo felicitó por su nueva situación, que le aseguraba estabilidad económica y posibilidades de trabajo intelectual importantes y Wittgenstein empezó la segunda parte de su singladura en Cambridge, que lo llevó… muy lejos de este libro.

La edición mexicana que muestro en el blog es una joya, y como tal debe localizarse, adquirirla y guardarla. Es bilingüe, alemán-español, y muy cuidada. El director del Instituto de la UNAM escribe en el prólogo: “Por razones poco claras o nunca hecha explícitas, lo cierto es que las Observaciones Filosóficas son un texto poco estudiado, poco aprovechado y, por ende, poco disfrutado. El impacto de la última filosofía de Wittgenstein tuvo la inesperada y negativa consecuencia de hacer que la gran mayoría de los estudiosos descuidaran los primeros escritos de su segundo gran período.” (pag. IX, del texto).

Los editores intentaron con su publicación subsanar este vacío y los lectores encontrarán un W. ágil y siempre dispuesto a filosofar sobre todas las cuestiones donde su mirada cayera. Merece leerse, eso sí, con paciencia y, también hay que decirlo, con un bagaje previo de conocimientos que haga posible la aventura. Uno no se mete en el bosque sólo, a menos que se haya experimentado la dura supervivencia de lugares naturalmente salvajes.

Ficha bibliográfica:

Wittgenstein(1930), Ludwig Wittgenstein, “Observaciones Filosóficas”, Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas, México 1997. pp.337. Tit.Orig. en alemán: Philophische Bemerkungen. En inglés: Philosophical Remarks. Basil Blackwell, 1975.

viernes, 17 de agosto de 2007

G.Hacquard. Guía de la Roma antigua

Ud. Puede viajar… sin salir de su casa. Y además puede hacerlo a otra época. Para ello necesita una Guía como ésta.

Un libro que le permitirá conocer, de manera amena, la antigua Roma, la ciudad de las siete colinas, su cultura, sus personajes, su estructura sociológica (clases sociales, magistrados, diferentes etnias…), y multitud de detalles que seguramente se le escaparían si tuviera la oportunidad de hacerlo de manera presencial.

También tendrá ocasión de preparar algunas recetas típicas:

Bizcocho cartaginés: Remojar una libra de harina; escurrir, mezclar con 3 libras de queso fresco, media libra de miel y un huevo. Después de haber mezclado bien los componentes, cocer todo en una olla de barro, hasta que adquiera una consistencia espesa. (pág.109)

No obstante puede inclinarse por la opinión de los higienistas de la antigüedad, que recomendaban reemplazar el desayuno (jentaculum) por una copa de agua clara. Ello le permitirá mantener la línea y acudir bien dispuesto a los baños termales.

Después de un chapuzón, podrá, si le apetece, iniciar la “gustatio”, algo equivalente a nuestro aperitivo, ingiriendo unas ligeras “ostras, erizos, almejas y alondras” (pág.191) para ir abriendo boca.

Si está con ánimo cultural… puede darse un paseo para admirar a los legionarios practicando sus ejercicios habituales, y escuchar las órdenes marciales con qué son estimulados por sus siempre deslumbrantes oficiales: Regio expedita! (¡preparados!), Signa inferre! (¡adelante!), Incitatu gradu! (¡paso gimnástico!) y ya cansado de tales operaciones mirar que carrera toca hoy en el Circus.

Tendrá la posibilidad de conocer los cultos domésticos, los prejuicios romanos, y que instrumentos usaban para sus conciertos. Amén de muchas otras cosas que seguramente no tendrá noticia hasta que lea el libro.

Como el texto va por la tercera edición se puede deducir que la Guía ha tenido un razonable éxito entre la gente que prefiere pasear con la mente en vez de cansarse trajinando por esas calles de Dios en pleno estío. Quizá sea una buena manera de pasar el tiempo.

Ficha Bibliográfica:

Hacquard(1952), Georges Hacquard, “Guía de la Roma antigua”, Centro de Lingüística Aplicada Atenea, Madrid, noviembre de 2003, www.editatenea.com, pág.271, 3ra. Edición revisada y corregida. Tit.Orig: Guide Romaní Antique de Georges Hacquard, J.Dautry y O.Maisaini. Librairie Hacchette, 1952.

miércoles, 15 de agosto de 2007

K.Schlögel. En el espacio leemos el tiempo.

¡Extraño libro! Me suscita sensaciones contrapuestas.

Por un lado el estilo del autor me resulta pedantesco, germano, aburrido (“De nuevo nos vemos practicando “exploración del terreno”, como se llamara en su día a la Geografía [Erdkunde], aunque ya no en su rancio significado por cuanto ya no existe tampoco esa antigua Geografía antaño competente en lo tocante a la “naturaleza muerta”. La sentencia de Schiller, “con crudeza chocan los contrarios en el espacio”, vuelve por sus fueros, entra un buen chorro de materialismo en discursos tanto tiempo dando vueltas a simulacros y virtualidades”. (pág.16). Cuando leo estas cosas, en este estilo, llevo inconscientemente mi mano hacia la ventana, con la disposición de lanzar el texto hacia una calle más benigna… pero por suerte en ese caso me contuve y seguí leyendo. Resultó que una, vez superado el primer impacto, el argumento que expone Schlögel (también ¡que puede esperarse con ese apellido!) resulta de interés y poco a poco empezamos a ver las extrañas correlaciones temporales que describen los mapas y la ciencia que los sustenta.

“Junto a la temprana existencia de mapas, la presencia por doquier de representaciones del espacio hace patente su carácter de “necesidad antropológica fundamental”. Se encuentran mapas en forma de sitck charts hechos con palmas entretejidas entre los habitantes de las islas Marshall: los mejillones indican islas, las largas ramas combadas, corrientes. Se trata de cartas de navegación que permiten localizar islas y atolones. Casi se diría que fijan el conocimiento secreto de un pueblo marinero, ilegible e inaccesible a extraños” (pág.149).

Los mapas hablan del espacio, de un espacio humano que empieza a serlo con el mero hecho de dibujarlo. Espacio de apropiación, espacio de conquista, espacio de defensa. Los mapas murmuran, en idioma propio, cuando las líneas de las fronteras son líneas rectas, igual que cuando son sinuosas, o combadas en cierta dirección. El espacio cuenta la historia, y esto si bien sucede en todo plano, es en Europa donde cada mapa es una cantata de la lucha entre sus pueblos.

De eso trata el libro, y a medida que vamos dejando de lado el estilo (efecto que se produce por acostumbramiento, por reiterada frecuentación), aparecen en primer plano sus sugerentes ideas que nos seducen e invitan a una reflexión que, a buen seguro, terminará en algún mapa ya conocido por el lector y ahora remirado con nuevos ojos.

“Constantin Paustovski, el grandioso memorialista del grandioso decenio de la Revolución rusa, era de la opinión de que se podía leer el paso de la historia universal en la superficie de las aceras. Él lo sabía, porque sabía hacerlo.” (pág.272).

El embaldosado de las calles no habla sólo de materiales, sino también de tantas otras cosas que sólo descubre el paseante sin prisa y con capacidad de rastrear las huellas de los motivos humanos. Pienso que la lectura de este libro puede ayudar a este paseante ideal, y en cierta medida, acercar a su visión a los más normales: aquellos que usan el espacio para trasladarse de un lugar a otro, sin reparar en las huellas que van dejando.

Ficha bibliográfica:

Schlögel(2003), Karl Schlögel, “En el espacio leemos el tiempo. Sobre Historia de la civilización y Geopolítica”, Ediciones Siruela, Biblioteca de Ensayo 55, Serie Mayor. Traducción del alemán de J.L.Arántegui, Madrid, 2007, www.siruela.com, pp.558. Tit.Orig: Im Raume lesen wir die Zeit. Uber Civilisationgeschichte und Geopolitik.

martes, 14 de agosto de 2007

C.Lucarelli. El comisario De Luca

La década de los cuarenta fue una época particularmente difícil para Italia. Su ingreso en la 2ª Guerra Mundial, provocada por Mussolini, iba contra el sentir general del pueblo, y la desastrosa actuación militar en la contienda llevó a la caída del régimen fascista el 24 de julio de 1943. La efímera “República de Saló” prolongó la agonía de un régimen dictatorial que duró el tiempo de su protector, Hitler. En esos días revueltos sucede el primero de los tres episodios del comisario De Luca (Carta blanca). Un hombre que intenta mantenerse dentro de los límites de su profesión policial, y que no sólo no lo consigue sino que se ve arrastrado por las circunstancias..

El período de la historia italiana que va de 1945 a 1948 no es menos agitado. La caída del viejo orden, en 1945, va seguida del predominio efímero de los partisanos (según el historiador Christopher Duggan “el número de partisanos experimento un aumento espectacular y repentino, pasando de los 80.000 existentes en marzo de 1945 a casi un cuarto de millón a finales de abril”, Historia de Italia, Cambridge U.Press, pág.340). Y es en esa convulsa etapa, donde todo parecía posible, incluso una Italia sovietizada, el escenario del segundo episodio del comisario De Luca (El verano turbio).

El tercero, y último, sucede en 1948, en los prolegómenos de la elección que dio la victoria a la Democracia Cristiana. Una época donde “cambiaron los símbolos, la retórica y hasta la Constitución, pero la mayoría del personal anterior y muchas de las antiguas instituciones no experimentaron cambio alguno. Para los que creyeron en la existencia de un nuevo orden moral, la decepción fue mayúscula, y esta frustración sería una de los principales motivos de inestabilidad en los años siguientes” (ibid, pág.342). Ahora el comisario, salvado por milagro de la depuración partisana, es reincorporado a la comisaría de Bolonia, y su tarea consiste en vigilar el cumplimiento de las ordenanzas en los prostíbulos de la ciudad (Via delle Oche). A pesar de ello, vuelve a toparse con la política y con parecidas trabas a su labor, en el ejercicio de una profesión (la investigación policial) que parece esencial para la sociedad, mientras no hurgue demasiado en los hechos.

Carlo Lucarelli presenta un personaje doliente y vocacionalmente capacitado para su oficio, al qué, sin embargo, las circunstancias obligan a seguir tortuosos senderos. En mi opinión una novela policíaca que se inserta en lo mejorcito de la literatura de género de nuestros días.

Ficha Bibliográfica:

Carlo Lucarelli(1990), “El comisario De Luca”, Tropismos, Salamanca, mayo 2006, www.tropismos.com, pp.322. Este libro se publicó originalmente en italiano en tres volúmenes: “Carta Bianca”, 1990; “L’estate morbida”, 1991 y “Via delle Oche”, 1996.

miércoles, 8 de agosto de 2007

J.Carroll. La casa de la guerra II

Tal como lo me prometí, aquí estoy, de nuevo, para comentar el trabajo de Carroll. Las vacaciones de verano me han servido, entre otras cosas, para hacer un comentario algo más amplio de lo habitual.

La lectura de este extenso, minucioso y pavoroso informe me ha llevado más de una semana; y no creo que pueda ser despachado en menos tiempo. Luego, después de releído, cuando lo abandonemos en un estante de nuestra biblioteca, este libro pasará a formar parte de aquellos que se caracterizan por ser de acceso permanente … cada vez que surjan en nuestro campo de atención alguno de los personajes que cita y que no son más que los que aparecen o así lo hicieron en las páginas de los diarios: F.D.Roosvelt, Curtis Le May, Groves, Eisenhower, Truman, Byrnes, Kennedy, McNamara, Forrestal, Kennan, Marshall, Nitze, Nixon, Donald Rumsfeld (sí, el de ahora, no una figura del pasado), J.R.Perle, J.Schlesinger, Kissinger, Jimmy Carter, Reagan, George H.W. Bush, Clinton, Richard Cheney, Colin Powell, Paul Wolfowitz, G.W.Bush (El presidente actual), … y muchos más que me ahorro de mencionar. Para el lector ajeno a los tejes y manejes de la escena norteamericana aparecerán nuevos nombres, algunos de gran importancia, que le serán (apuesto) completamente desconocidos.

La historia biográfica de Carroll es esencial para valorar este libro, ya que, a la postre, es sólo el autor el que puede dar credibilidad y autoridad a un material tan crítico (en este aspecto la Red como fuente fiable de información está, por ahora, muy lejos de ofrecer estudios de parecida entidad).

Así es que la biografía del autor, su historia personal, sus filias y fobias, así como las fuentes en que se ha basado, son la base para determinar el grado de “autoridad” de lo que cuenta. James Carroll, consciente de ésto, se auto menciona en su libro; no asume el papel del narrador invisible. Su historia personal es parte del análisis que propone. Su carácter de hijo de un militar relevante, general de tres estrellas con despacho en el ala principal del Pentágono y que en los últimos años de su carrera se convirtió en el primer director de la DIA (Defense Intelligence Agency) lo coloca en una situación muy peculiar, nada común. Recordemos que la DIA fue la entidad creada por el Secretario de Defensa, McNamara, luego del desastre de la invasión frustrada a Cuba en Bahía Cochinos, (y en plena crisis del muro de Berlín), para reorganizar con eficacia los servicios secretos de las fuerzas armadas (ver pág. 394). Luego para James Carroll el ambiente del Pentágono no le resulta ajeno. Cuando pequeño jugaba en sus rampas interiores y estaba habituado a considerar a los uniformes como parte de un ambiente protector y amistoso. El hijo, siguiendo las huellas de su padre, compartió, en su infancia y juventud el temor de la época al holocausto atómico consecuencia siempre presente del enemigo soviético. No obstante, James Carroll, luego de algunos titubeos, decidió no seguir la carrera militar, sino que, también al compás de su ambiente familiar, estudiar y convertirse en sacerdote católico (su familia era de honda raigambre católica y demócrata). Las circunstancias y sus pensamientos, a pesar de ello, lo llevaron, poco a poco, a distanciarse de la posición del padre, al que siempre siguió respetando, y a enrolarse en las filas del movimiento contra la intervención que se enfrentó, con impresionante empuje, a la política del presidente Johnson en Vietnam. En ese combate contra la permanencia de las tropas en el remoto país asiático, muchos jóvenes, y Carroll con ellos, reflexionaron a fondo cuales eran los supuestos en que se basaba la política exterior norteamericana. Es obvio que tal posición lo situó muy lejos de su padre, con el cual, sin embargo, nunca rompió, y le obligó a repensar su posición de una manera mucho más profunda que la que tuvieron necesidad de realizar aquellos que provenían de familias sin relaciones con la alta oficialidad del Pentágono. También comprendió que su posición podía ser interpretada y banalizada por sus críticos como una reacción freudiana de rechazo a la autoridad paterna. Siendo consciente de estas circunstancias, en un acto de honradez intelectual, no deja en la penumbra sus vínculos familiares y educativos sino que los expone claramente, para que el lector tome nota y sepa a que atenerse.

En consecuencia para el autor, y así lo establece ya en las primeras páginas, el libro es un ajuste de cuentas obligado y minucioso con una mentalidad, que compartía plenamente su progenitor y que le era bien conocida desde su infancia. Ideología a la que, en un proceso gradual, terminó como apreciar como falsa en sus supuestos básicos y sobre todo de alta peligrosidad cuando es parte esencial en la elaboración de la política exterior de su país.

En otras palabras. El autor, hijo de militar y formado en el ambiente de los oficiales de alto nivel, rechaza de plano la solución “de la fuerza” como respuesta adecuada a los conflictos ideológicos y políticos que surjen desde la Guerra Fría. Y no es un rechazo romántico, al estilo hippie (o fóbico, al estilo de los antiyankis por sistema) sino que está fundando en el análisis pormenorizado de cómo la acción, cualquier acción, hipertrofiada en su política “defensiva” origina, por su propia dinámica de desarrollo, una competencia imparable y un aumento paralelo de la inseguridad mundial.

La posición de Carroll es, a mi modesto juício, de un valor muy considerable. Tal como expuse en el primer comentario de este libro (ver en el índice del margen) intento escapar de las posiciones sistemáticamente “fóbicas”, y no creo que aporten nada de interés aquellos que hacen de las posiciones “anti” el eje de su discurso ideológico. En cambio si son muy atendibles, y en consecuencia, válidas para enriquecer el pensamiento, las que emergen de una crítica documentada y, además, de una posición no determinada a priori (ya las habituales sólo encuentran lo que van a buscar).

Prefiero la contradicción en las ideas que la coherencia dogmática; y la crítica “interna” a la que surge de extramuros. Esto como condictio sine qua non del interés de una reflexión política, sin, por supuesto, rechazar ningún dato o información provenga de dónde proviniere (que una cosa muy diferente es el análisis e interpretación y otra, la información sobre la que opera nuestra inteligencia).

Por las razones que acabo de explicar, los documentos, cifras y citas, más las reflexiones del autor me parecen muy dignas de ser tenidas en cuenta. No son objetivas (en tanto ese nivel de “verdad” es imposible en estas materias) pero me dan la impresión que se acercan bastante. Lo suficiente como para repensarlas.

Para su lectura el libro puede dividirse en varias partes. Según el tiempo, la paciencia y los centros de interés del lector. Cada una de ellas se puede abordar directamente; no es obligatoria para su comprensión una lectura lineal. No obstante, si se dispusiera de tiempo suficiente, si recomiendo una primera lectura completa, lo que nos dará un panorama general sobre el que, posteriormente, se podría volver para “estudiar” un período o algún personaje concreto.

El texto en si mismo, llega hasta la página 776. Luego tenemos el aparato de notas, que deben hojearse ya que contienen información adicional importante, que abarca desde la 781 hasta la 937. La bibliografía, extensa, desde la página 940 hasta la 964, nos indica en que fuentes bebió el autor, y sirve como guía de lecturas para los que quieran profundizar en las cuestiones tratadas. Por último el índice analítico (de la 965 a la 991) se convierte en una herramienta básica de búsqueda en posteriores relecturas.

Si el lector se inclina por una lectura parcializada del libro, centrándose en los tiempos más actuales, sugiero, no obstante, leer, a modo de aperitivo, el capítulo uno (“Una semana de 1943) y el dos (“El arma total”), ya que estos dos nos darán las comprensión global de lo que luego se desarrollará en todo el texto.

Por cierto, el nombre de los capítulos, siempre que estén bien elegidos, es el mejor resumen de ellos, y aquí se da el caso: 2. El arma total… 4.La paranoia que se retroalimenta… 5. El momento del cambio… 8. La guerra interminable…

Sólo con estos nombres de capítulos ya tendríamos un sintético resumen del mensaje del libro: El descubrimiento del poder atómico cambió radicalmente las relaciones de poder y el tipo de guerras futuras. No obstante la búsqueda de la “seguridad” a cualquier precio terminó por desencadenar una carrera de armamentos que llevó, varias veces, al mundo al borde del holocausto nuclear. La caída de la URSS creo un gran vacío que pudo ser aprovechado para un cambio completo en las relaciones internacionales… pero este momento crucial fue desaprovechado por el complejo militar-industrial-financiero dirigido por el Pentágono y en vez de seguridad-para-todos hemos caído en la vieja situación caótica de consecuencias tan imprevisibles como inquietantes.

De estas cosas trata el libro. Cuenta como varias veces, y en momentos que pasaron desapercibidos para el público mundial y para el pueblo norteamericano en particular, el mundo estuvo en el mismísimo borde de un holocausto nuclear global. Tan cerca del precipicio, que la misma supervivencia de la especie, (a estar por la documentación señalada), no deja de ser el producto casual de circunstancias de índole muy frágil. En este sentido el capítulo dedicado a la presidencia de Nixon es estremecedor. Transcribo algo menos de una página de cómo Carroll para dar una idea más cabal de lo que expongo:

“Cualquier intento de encontrar una manera fríamente racional de utilizar las armas nucleares (ya sea e la guerra abierta o por su valor de amenaza en la diplomacia coactiva), por limitada que fuera, implicaba que las personas que estaban a cargo de ese armamento eran personas racionales. Con Nixon, esta presuposición demostró ser un problema, ya a corto plazo, hecho que no escapó a los que estaban dentro del gobierno, como Kissinger y Schelesinger. Como han demostrado los documentos y las transcripciones de la era Nixon desclasificados a finales del siglo XX, nos enfrentamos aquí a un desorden de la personalidad que iba mucho más allá de la simple excentricidad. La cuestión no era ni la autocompasión a la que se entregaba Nixon ni a su desden y sus oídos sordos por todos cuanto discrepaban de sus ideas. La publicación de varias transcripciones de las conversaciones grabadas de Nixon, incluyendo tales exhibiciones de desprecio, ha puesto de relieve sin paliativos su vulgaridad, su mezquindad espiritual, sus prejuicios y su alcoholismo. Pero, con la sucesiva liberación de las transcripciones secretas de la Casa Blanca, lo que ha generado una alarma a todas luces insuficiente –además de una reflexión casi nula por parte de los teóricos nucleares- es la revelación de que el demente de Nixon flirteó de verdad con la posibilidad de emplear armas atómicas.

El hecho de que el mundo haya sobrevivido a varias décadas de pulso nuclear, durante la Guerra Fría, ha favorecido la presuposición complaciente de que la guerra nuclear no podría haber llegado a ocurrir jamás. La mayoría de los historiadores y los expertos en Ciencias Políticas dan por sentado que la doctrina de la “disuasión” funcionó, porque la Unión Soviética y Estados Unidos colaboraron para asentar una estructura fiable de estabilidad mutua. Pero, si analizamos más de cerca el errático curso con el que Nixon ejercitó su responsabilidad como hombre al mando del arsenal atómico de EEUU, tenderemos a pensar, más bien, que esa “estabilidad” es una fábula de nuestro presente” (pág.530)

Cuenta, en síntesis, este libro de como el inmenso poder acumulado, en bombas termonucleares, y en fuerzas militares de todo tipo, no ha servido para frenar la carrera armamentista y como las doctrinas que apoyan este poder son miopes en sus consecuencias y falaces en sus supuestos básicos.

Cuenta como el término de la guerra fría fue desaprovechado por el gobierno norteamericano, presionado por ese gran complejo militar-civil, y como al no imponer una drástica reducción de los propios arsenales atómicos se abrió las puertas a la proliferación nuclear a todos los países con la tecnología para desarrollarla. La idea de la “disuasión” basada en una fuerza nuclear propia, se ha hecho carne en todos los Estados que pueden afrontarla, y de esta manera se está alcanzando, por nuevos caminos, el mismo estadio de alta peligrosidad que se dio en los peores momentos de la guerra fría.

Cuenta como el gobierno norteamericano mintió deliberadamente a su pueblo y varias veces estuvo dispuesto a lanzar una guerra nuclear preventiva, a pesar de afirmar, simultáneamente que nunca daría “el primer golpe”.

Cuenta como los presidentes, elegidos por el pueblo norteamericano, no conocían con certeza los blancos nucleares fijados por sus militares, y como esa información se les negaba, por razones de seguridad, las pocas veces que preguntaron por ello.

Cuenta como y porqué fracasaron Carter y Clinton en su política de contención del peligro nuclear, y como ese resultado es tanto consecuencia directa de sus incoherencias y debilidades de gestión como de la indiferencia y falta de apoyo de los responsables del poder militar.

Cuenta como el Pentágono se convirtió, poco a poco, en un poder burocrático que persistió y se desarrolló mientras los gobiernos elegidos iban pasando por la Casa Blanca sin poder establecer sobre él un verdadero control civil.

Cuenta, también, como el poder civil se militarizó, al compás de las ideologías promovidas por los Secretarios de Defensa, haciendo que el Departamento de Estado fuera, en la práctica el verdadero gestor de la carrera armamentista norteamericana.

Cuenta, por fin, la importancia del movimiento pacifista norteamericano, parcialmente conocido fuera de USA, en el final de la guerra fría y como éste, junto con los grandes movimientos populares de los países del Este europeo (más la intervención casi providencial de un líder ruso atípico, Gorbachov), fueron los verdaderos ejecutores del final de la Guerra Fría, y no la pretendida Guerra de las Galaxias que, según algunos periodistas, habría llevado a la URSS al colapso final.

Cuenta, el extraño fenómeno de “amnesia colectiva” que opera en la sociedad norteamericana, a partir de los 90. Fenómeno que pasa por no reconocer lo que hace pocas décadas era un presente lleno de histeria y deseos confusos de usar el arma termonuclear para liquidar la amenaza del reino del mal: “Marc Trachtenberg, un historiador especializado en este fenómeno, echó la vista atrás desde 1991 y escribió: “Nosotros, como sociedad, sufrimos hoy lo que solo puede denominarse como un extraordinario caso de amnesia nuclear colectiva. El aspecto que ha adquirido nuestra imagen del pasado guarda muy poca relación con cómo fue en realidad nuestro pasado nuclear. Ahora, con frecuencia damos por sentado que incluso en los años cincuenta la guerra nuclear era sencillamente “impensable” como herramienta política; aquellas fuerzas nucleares nunca fueron “utilizables” y solamente sirvieron para “disuadir a los otros de usarlas”; y creemos que la amenaza de las “represalias masivas” no era, en el fondo, más que un farol, porque Estados Unidos jamás hubiera tomado la iniciativa de lanzar un ataque nuclear. Esta imagen tiene este aspecto porque ello sirve a importes objetivos políticos, tanto de derecha como de izquierda; pero no podemos sumergirnos en las fuentes de este período sin llegar a la conclusión que nos hemos olvidado de algo realmente fundamental. ” De lo que nos hemos olvidado, como afirma Trachtenberg, es del hecho que el cuerpo militar estadounidense no solo estaba preparado para lanzar un ataque nuclear, sino que en ocasiones estaba impaciente por hacerlo, con la connivencia y el apoyo activo de sus supervisores civiles y de los “teólogos” de quienes estos dependían para la guía intelectual y aunque solo de forma tácita, moral” (pág. 323)

Cuenta éstas y más cosas, y las desarrolla con toda clase de datos, cifras, citas y reflexiones que pueden ser imprescindibles para dar crédito a tales afirmaciones. Por eso lo considero un texto original para captar la historia reciente de nuestra época (según los datos que ofrece el autor en la llamada situada en la página 934, la difusión de las bombas nucleares no es precisamente tranquilizadora. Se calcula que USA tiene unas 9 mil, Rusia unas 20 mil, G.Bretaña alrededor de 200, Francia, 350, China 300, Israel entre 100 y 200, India entre 45 y 95, Pakistán entre 30 y 50. Como puede apreciarse si estas cifras son reales… la especie se enfrenta a un futuro muy inestable, y no precisamente por el “cambio climático” que tanto preocupa).

Es verdad que no es un libro de lectura fácil, sobre todo para aquellos ajenos a estos asuntos. También su extensión puede alejar los que buscan rápidas conclusiones y dejan los fundamentos de éstas para mejor ocasión. Pero, si captamos que no se hacer afirmaciones rotundas sobre política internacional sin documentarlas fehacientemente y, además, someterlas a una crítica rigurosa… aceptaremos el esfuerzo de informarnos y lo haremos con entusiasmo.

El que así lo haga, no creo que se arrepienta. Aun cuando sea posible que algunas de sus creencias más arraigadas tengan que ser sometidas a una dura revisión.

Ficha Bibliográfica:

Carroll(2006), James Carroll, “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda”. Crítica, Memoria Crítica, Barcelona, 2007, www.ed-critica.es, pp. 996. Tit.Orig: House of War. The Pentagon and the Disastrous Rise of American Power, Houghton Mifflin Company