viernes, 25 de abril de 2008

N.J.W. Goda. El oscuro mundo de Spandau

Para los no enterados Spandau fue una cárcel, grande y lúgubre (como corresponde al espíritu de las cárceles con dignidad), alemana para más señas y ubicada en la zona inglesa de ocupación, 1945, en Berlín. Una gigantesca cárcel con sólo siete presos; aquellos que no fueron sentenciados a ser colgados hasta morir en el Tribunal de Nüremberg (el 1 de octubre de 1946). Hermann Göring se salvó de la horca merced a un oportuno suicidio con cianuro el 15 de octubre de 1946, un día antes de la ejecución de los restantes 10 condenados a la última pena. Los que quedaron para purgar sus culpas fueron enviados a Spandau y allí cumplieron su condena con desigual suerte. En el estricto régimen carcelario que les correspondió les estuvo vedado utilizar sus nombres, reemplazado por una cifra. Éste es el número que les correspondió por riguroso orden de ingreso en la prisión: el 1 para Baldur von Schirach, dirigente de las Juventudes Hitlerianas entre 1933 y 1940 y Gauleiter del Partido Nazi en Viena entre 1938 y 1945 (20 años de cárcel) ; el 2 para Karl Dönitz, comandante de la flota de submarinos alemanes entre 1935 y 1943, comandante en jefe de la Marina 1943-1945 y sucesor designado por Hitler, antes de su suicidio, para gobernar los restos del estado nazi (10 años); el 3 para Constantin Von Neurath, ministro de Exteriores entre 1933 y 1938 y Reichsprotektor de Bohemia y Moravia entre 1939 y 1941 (15 años); el 4 para Erich Raeder, comandante en jefe de la Marina alemana entre 1928 y 1943 (10 años); el 5 para Albert Speer, ministro de Armamento y Munición entre 1942 y 1945, arquitecto personal y amigo íntimo de Hitler (20 años); el 6 para Walther Funk, ministro de Economía y presidente del Reichsbank entre 1938 y 1945 (cadena perpetua) y el 7 para el condenado más odiado por los soviéticos Rudolf Hess, el segundo después de Hitler en la jerarquía nazi y el protagonista de la rocambolesca acción de lanzarse en paracaídas sobre Inglaterra para buscar una paz por separado que dejase las manos libres al Führer para lanzarse contra Rusia (cadena perpetua).

Los ejecutados fueron los mandos militares de Hitler: Wilhelm Keitel y Alfred Jodl, el ministro de los Territorios Ocupados del Este, Alfred Rosenberg, el ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentropp, el jefe de seguridad Ernst Kaltenbrunner, el gobernador general de Polonia, Hans Frank, el ministro de trabajo Fritz Sauckel, el ministro del Interior, Wilhelm Frick, el comisario del Reich en Holanda, Arthur Seiys-Inquart y el periodista Julius Streicher. Martin Bormann, secretario de Hitler, fue condenado in absentia (aún se desconocía que había muerto) y como se ha dicho Hermann Göring también lo fue aunque la pena la ejecutó él por su propia mano.

Para el juicio del “Tribunal Militar Internacional de Nüremberg” hay otro libro especialmente dedicado y que leí hace tiempo, aprovecharé para releerlo y comentarlo, después, en el blog, así que a él me remito. “El oscuro mundo de Spandau” trata de lo que sucedió a continuación. La narración podría constituir, al margen de su verdad histórica, una fábula sobre obsesiones y desmemorias que a veces resulta muy verosímil y otras suena a parábola grotesca lindando con el humor negro. Goda, como historiador, se ha ocupado de estudiarla a fondo y brindárnosla en estas 628 páginas, de las cuales algo más de 200 están dedicadas al reglamento de la prisión, a una multitud de notas que documentan su investigación, a una bibliografía muy amplia (como era de esperar) y a un completo índice de nombres que facilita, al estudioso, ir directamente al personaje que más le interese.

Es así como nos enteramos de las primeras agrias discusiones de las potencias vencedoras: EEUU y Gran Bretaña (aunque en diferentes ocasiones tampoco faltó la discordia entre ambas naciones) contra Francia y la URSS y luego los tres aliados contra la URSS en solitario. Una historia de nunca acabar que empezó con el reglamento de régimen interno (al que los rusos querían convertirlo en una herramienta de lenta liquidación de los presos) y que continuó, siguiendo las fluctuaciones de la guerra fría, hasta la muerte del último preso Rudolf Hess (por suicidio, aprovechando un mínimo despiste de sus guardianes) el 17 de agosto de 1987: “Consciente de la oportunidad, Hess actuó. En la caseta había un alargo de cable eléctrico que Hess utilizaba con las lámparas de lectura. El enchufe del cable estaba atado, como habitualmente, a la maneta de la ventana, a poco más de un metro del suelo. Hess se enrolló el otro extremo alrededor del cuello y se colgó desplomándose sobre el suelo (pág. 415).” Hess, nacido en Alejandría, Egipto, en 1894 , había cumplido en abril de ese mismo año 93 años. En su vida la prisión no era un hogar desconocido; primero en 1924, en la prisión de Landsberg, donde estuvo con Hitler y allí le sirvió de secretario para escribir su libro Mi Lucha; luego con los ingleses, a partir de 1941, al final de su fracasado viaje en busca de una paz unilateral, y por fin en Spandau donde terminó su periplo. El tiempo restante, desde que ingresó en el Partido Nazi en julio de 1920, lo dedicó a apoyar a Hitler y a su agresiva política exterior e interior. Es muy probable que por intermedio de Hess, Hitler conociera al profesor Karl Haushofer, amigo de Hess desde los años 20, profesor de historia de Munich, quien predicaba la tesis de un “espacio vital” para los pueblos dominantes y que posteriormente Hitler hizo suya. Hess fue el primero en utilizar las expresiones “Mein Führer” y “Heil Hitleruna invención ritual que a su entender era un reflejo “de la “democracia germánica”, que nada tenía que ver con la variante “occidental-judía””(ver pág. 351) y entre sus múltiples arengas apologéticas de gran jefe resalta la que proféticamente pronunció en el congreso del Partido en 1934, y que inmortalizó Leni Riefensthal en película “El triunfo de la voluntad” (o del “espíritu” como también ha sido traducida) cuando proclama ante Hitler: “¡Tú eres Alemania! Cuando actúas, actúa la nación. Cuando juzgas, juzga el Volk (pueblo). Y te mostramos nuestro agradecimiento prometiendo que estaremos a tu lado en los buenos tiempos y en los malos, pase lo que pase” (ibidem). Hess se salvo de la horca porque se hizo, literalmente, el loco antes y durante el juicio sembrando dudas entre los jueces aliados; cosa que no engañó a los rusos que loco y todo querían verlo balanceándose en el palo mayor. Pero a la postre se impuso, con gran desagrado de los soviéticos, el criterio más humano de occidente.

Todo el libro es fascinante, más debo aclarar (como suelo hacerlo, para evitar “desengaños” en la medida de mis fuerzas) que hay que tener mucho interés por el tema para poder gozarlo tal como lo manifiesto; sino puede ser considerado un libro árido, lleno de discusiones aburridas y que puede servir adecuadamente, como terapia, para una noche de insomnio. Decía que me llamó la atención el tratamiento que hace de la conducta de Speer, el preso más simpático de Spandau que salvó el cuello en Nüremberg debido a una adecuada combinación de sumisión (ni siquiera apeló la sentencia), mea culpa (movimientos de cabeza consternados cuando se mostraban en la sala del Tribunal las películas recién filmadas sobre los Campos de Exterminio; al contrario de la actitud arrogante de los otros líderes nazis) y negación radical de cualquier cosa que lo condujese directamente al patíbulo. El autor se detiene en ello y muestra cómo Speer negó hechos que luego se supo que debía conocer y cómo desde que entró en prisión, a pesar de afirmar públicamente que se la merecía, inició su batalla secreta por ser liberado lo más pronto posible reuniendo un grupo de colaboradores y fuertes sumas de dinero para la operación de salvamento: “…Entre quienes contribuían con depósitos a la cuenta había arquitectos y empresarios que trabajaron para Speer durante el III Reich, se enriquecieron gracias a él, tuvieron éxito durante la posguerra y consideraban que su redención pasaba por la de Speer. Los empresarios habían sido la espina dorsal de lo que se dio en llamar el Kindergarten de Speer, un grupo de jóvenes a los que Speer había colocado en puestos clave del Ministerio de Armamento y Municiones en 1942 con el fin de aumentar la productividad y hacer un último esfuerzo en aras de la victoria final. Movidos por el convencimiento de Speer de que los intereses del Estado coinciden con los del sector industrial privado y de que el futuro pertenecía a las grandes empresas y no a las pequeñas, hicieron del ministro su patrono y se erigieron en el principal motor independiente en la lucha contra otras agencias estatales o del partido que también estaban implicadas en la economía de guerra.” (pág. 291)

Más a pesar de todos los esfuerzos y las grandes presiones que se ejercieron sobre los aliados y el Gobierno Federal Alemán, Speer fracasó y tuvo que purgar los veinte años que le correspondieron de su benévola sentencia. Ello se debió, en su mayor parte, a la intransigencia, esta vez correcta, de la Unión Soviética que hubiera preferido, y con razón, acompañando la suerte de la mayoría de los juzgados. Speer es un caso muy especial que seguro aún dará tela para nuevos libros que describan su caso desde nuevos ángulos. Nunca confesó lo que sabía ni siquiera al final de su vida, y siendo el amigo más cercano a Hitler, fue el que lo negó con mayor rotundidad de todos los líderes nazis conocidos (Hasta inventarse una historia de intento de asesinato del Führer que resultó tan increíble que su abogado defensor no intentó utilizarla como prueba a su favor en el juicio). Una personalidad tan compleja y egotista que ni siquiera su esposa y sus hijos llegaron a aceptar en la intimidad de su hogar una vez cumplida su pena.

Así el libro desgrana uno por uno la situación de cada uno de los siete presos de esta historia (así enunciada hasta se asemeja al título de un famoso cuento infantil), y cómo los susodichos afrontaron sus pocos o muchos años de libertad posterior. El libro es adecuado, además del público especializado, también para los que se interesan por los Tribunales Internacionales, (ahora más frecuentes), y por las dificultades imprevistas que pueden surgir una vez que las penas se han dictado. Como bien se ejemplifica aquí: es, posteriormente a la sentencia, cuando de verdad empiezan los problemas.

Ficha Bibliográfica:

Goda(2007), Norman J.W. Goda, “El oscuro mundo de Spandau. Los criminales nazis, los aliados y la Unión Soviética”, Editorial Crítica, Memoria Crítica, www.ed-critica.es, Barcelona, febrero de 2008, pp. 628, Tit.Orig: Tales from Spandau. Nazi Criminals and the Cold War. Cambridge University Press, 2007.

sábado, 19 de abril de 2008

M. Hastings. Nemesis

Escribe el autor en su Introducción: “He escrito Némesis como hermano de mi libro anterior, Armagedón, que describe la derrota de Alemania en los años de 1944 y 1945. Las guerras europea y asiática tuvieron finales tan distintos, que es difícil exagerar las diferencias. “(pág. 12). De esta manera el Hastings prepara al lector para encontrarse con un panorama insospechado. A pesar de las películas, (excelentes las dos últimas sobre Iwo Jima, de Clint Eastwood), a pesar de las narraciones que en mayor o menor grado todos hemos tenido oportunidad de leer, este libro cubre un gran agujero negro en el conocimiento de la contienda. En poco más de ochocientas páginas se revisan las principales campañas, desde Filipinas y Birmania hasta el ataque soviético a Manchuria, pasando por los bombardeos masivos a las ciudades japonesas y el sufrimiento increíble de todas las poblaciones civiles que cayeron bajo el yugo japonés. En una investigación seria y amarga, llena de notas biográficas de participantes en algún grado en estos hechos, que no ahorra comentarios agudas sobre los generales de la contienda (“Si pasamos ahora a MacArthur, son pocos quienes, en la actualidad, le consideran entre los grandes generales de todos los tiempos, por mucho que –igualando sus prodigiosas capacidades escénicas- la maquinaria publicitaria surgida en torno a su persona durante la guerra fuera hasta tal punto efectiva que este sigue siendo todavía el general más famoso de la Guerra del Pacífico” (pág. 755) y que mantiene la atención del lector, al igual que su hermana Armagedón, hasta las últimas líneas del texto.

Llama la atención las malísimas relaciones entre norteamericanos e ingleses en el Pacífico. Los yankis odiaban hacer cualquier cosa por facilitar al Reino Unido la recuperación de su imperio y sólo facilitaba su material bélico (que por otra parte era imprescindible en cualquier operación de envergadura) si las batallas programadas coincidían completamente con su estrategia. Churchill, zorro viejo, era consciente de la necesidad que sus fuerzas militares, más allá del atlantismo pregonado, reconquistaran por si mismas las tierras invadidas de Birmania y Malasia, ya que preveía, con claridad, que una vez ganada la guerra los americanos no estarían por ayudar a restablecer sus dominios a las potencias europeas (G.B., Francia y Holanda), como efectivamente así fue.

Por otro lado es extraordinario el esfuerzo bélico de Japón considerando que su potencial productivo alcanza sólo al 10% de USA. No obstante este desequilibrio las autoridades niponas consideraban que luchaban contra un país “de mercaderes” y que su disciplina y coraje militar era más que suficiente para desafiar a la gran potencia americana. Conocer como eran preparados (y martirizados) los reclutas japoneses hace entender, por lo menos en parte, las brutalidades absurdas que luego estos mismos soldados cometieron en las poblaciones nativas de los países invadidos, y como se burlaron de las “leyes de guerra” tal como las entendían los países occidentales. En este sentido en la guerra europea nunca se alcanzó el grado de brutalidad y sadismo del frente asiático. Otro aspecto desconocido por la mayoría de los lectores (supongo) es la forma en que el Código Bushido japonés impedía las discusiones en el seno de la oficialidad japonesa, impulsando, en cambio, una sobre valuación permanente de la propia situación (“… el teniente Masahiko Ando, después de amerizar con su hidroavión en la base de su escuadrón, ubicada en la isla de Surabaya –perteneciente a las Islas Holandesas Orientales- y de dirigirse ajeno a todo a la cantina, se encontró allí con otros pilotos sumidos en un lúgubre silencio. Viendo esto, les preguntó: “¿Qué ha pasado?” Uno de ellos le contestó: “La guerra ha terminado”, a lo que él repuso, no dando crédito a lo que había oído: “¿Quién ha ganado?”, ya que la noción de que su propia nación hubiera podido reconocerse vencida escapaba totalmente a su comprensión.” (pág. 719)). Otro aspecto curioso consiste en las dificultades de comunicación entre altos mandos del sol naciente debidas a su propio idioma ya que la lengua japonesa, a diferencia del inglés, originaba errores de interpretación en las transmisiones debido a su carácter marcadamente ambiguo. No menos llamativo resulta enterarse que la oficialidad de mayor rango japonesa se alimentaba de noticias falsas difundidas a sus generales para mantener alta la moral contribuyendo de este modo a equivocaciones muy serias en la planificación de las operaciones de defensa. En líneas generales se podría decir que al final de la contienda no sólo dos ejércitos de culturas diferentes combatían sino también de épocas distintas, ya que los japoneses se sentían más cómodos en un siglo anterior donde quizá sus habilidades de combate eran mucho más eficaces.

La victoria americana sobre el Japón se edifica, tal como este libro lo describe con infinidad de anécdotas, sobre el sólido edificio de la potencia económica y tecnológica propia de una gran potencia del siglo XX. Los japoneses, sin desmerecer su desarrollo tecnológico, provocaron con su comportamiento cruel, similar a los SS en la conquista de la URSS, y su mentalidad antigua, una guerra feroz, de desgaste, con la vana esperanza que al final el sacrificio de tantas vidas del enemigo hiciera posible alcanzar una paz honrosa que les permitiese mantener algunas de sus conquistas esenciales (sobre todo en China).

El libro analiza con detalle el peso de las bombas atómicas en la derrota del Japón y sale al paso de las afirmaciones, difundidas por otros historiadores americanos, sobre su hipotético carácter innecesario. Por lo tanto el planteamiento de Hastings merece ser conocido en detalle si se quiere tener una opinión fundada sobre estos hechos que marcaron el advenimiento de una nueva época en la historia mundial

Tanto por su carácter como por su extensión lo considero un texto propio de especialistas o de aficionados de alto nivel en historia militar. En cualquier caso su lectura es vivaz, amena, y ampliamente descriptiva; así que puede incitar la curiosidad de más de un lector que quiera saber más de las raíces de nuestro mundo actual.

Ficha Bibliográfica:

Hastings(2007), Max Hastings, “Némesis. La derrota del Japón. 1944-1945” Editorial Crítica, Memoria Crítica, www.ed-critica.es Madrid, enero 2008, pp. 844. Tit.Orig: The Battle for Japan 1944-1945. Trad. Cecilia Belza y Gonzalo García.

viernes, 11 de abril de 2008

D. Leon. La chica de sus sueños

Respondiendo a un pedido (en Comentarios) escribiré algunas palabras sobre el último libro publicado de Donna Leon. Para no repetirme, sobre el perfil profesional de esta escritora me remito a mi entrada sobre su libro “Líbranos del bien” búsqueda que es rapidísima en este blog. Centrándome ahora en esta novela observo que no me parece inferior a las anteriores; y esto en si mismo lo considero un gran elogio porque luego de escribir dieciséis con el comisario Brunetti, incluyendo a su familia, su inefable superior (no resisto la tentación de extraer aquí un fragmento de diálogo entre el comisario y jefe: (pregunta Brunetti) -¿la unidad operativa es un proyecto de ámbito europeo? (y responde el subdirector): “-Desde luego. Son ideas de envergadura, proyectos de gran calado. Ya es hora de que esta ciudad salga de su modorra y se incorpore al resto de Europa, ¿no cree? –Indiscutiblemente –respondió Brunetti con la mejor de sus sonrisas, recordando al poeta que había dicho que era bueno que existiera el puente que unía a Venecia con el continente, o Europa estaría aislada- ¿Y la financiación será europea? – preguntó. –Sí- respondió Patta no sin orgullo-. Es uno de los beneficios que me he traído de la conferencia -. Miraba a Brunetti, ávido de aprobación. Esta vez la sonrisa de Brunetti era auténtica, la que se produce haber resuelto un problema. Dinero europeo, fondos del Gobierno, un aluvión de dinero de las arcas de una Bruselas generosa y prodigiosamente indiferente, la prodigalidad de los burócratas…” (pág.117)) y por supuesto sin olvidar la presencia femenina, casi etérea en su eficacia informática de la maravillosa secretaria la “signorina Electra”…, lo normal sería que la calidad de la factoría Leon fuera disminuyendo. Al fin de cuentas sus lectores ni siquiera se darían cuenta de la merma, acostumbrados a sus habituales personajes y deseosos de reencontrarlos, otra vez, como quien recibe a parientes agradables. Este descenso de calidad en los escritores que crean personajes permanentes lo he visto varias veces, y el caso más notable a mi juicio (notable por lo que cobra en “derechos” la autora) es el de la novelista estadounidense Patricia Cromwell.

He leído en un reciente reportaje que D.L. prohíbe publicar sus libros en italiano, para mantenerse en el anonimato en su vida cotidiana, lo cual es un acto de discreción que la honra, pero además me parece una buena medida preventiva de inesperados disgustos, ya que en sus novelas muestra a unas instituciones estatales más propias de un país tercermundista que uno europeo, si bien es verdad que siempre rescata a los ciudadanos de “a pié”, llenos de humor y paciencia con las barrabasadas de sus políticos (tan parecidos a los españoles, aunque como dijo uno de ellos, sospechoso de vínculos con la mafia, a nosotros, los de la península ibérica, nos “manca finezza”; algo muy acertado y agudo que por si sólo ya valdría para que el citado Giulio Andreotti fuera recordado por estos lares).

Tengo la sensación que me he ido por las ramas… y es que la señora Leon, norteamericana que vive en Italia y de ancestros españoles, invita en sus libros policíacos a pensar más allá del muerto que ocupa los desvelos de su comisario que, en este libro, es una niña gitana aparecida muerta, flotando, en un canal de la ciudad donde, actualmente, vive la autora: Venecia. “La niña tenía los ojos cerrados, pero no parecía dormir. Brunetti se preguntaba de dónde habría salido el mito de que los muertos aparentan estar dormidos. Los muertos parecen muertos: tienen una inmovilidad que los vivos no pueden imitar. Los malos pintores, las novelas sentimentales, una comprensible ilusión pueden dar esa impresión, pero los muertos parecen lo que son.” (pág. 127).

El caso lleva al comisario a recorrer una vez más la ciudad y sus habitantes; y a conclusiones inesperadas que topan con la indiferencia y los prejuicios, junto con un sentido de la honorabilidad que, seguro, no nos resultará muy ajeno. Así que puedo recomendar, una vez más, a esta autora. Si alguien no ha leído sus libros, puede empezar por éste, y luego recorrerlos de manera inversa. En cualquier caso creo que más tarde o más temprano coincidirá conmigo en que el “género policiaco” cobra un carácter más universal con el aporte de esta escritora que en si misma representa el cruce de varias tradiciones literarias nacionales.

Ficha Bibliográfica.

Leon(2008), Donna Leon, “La chica de sus sueños”, Seix Barral. Biblioteca Formentor, www.seix-barral.es Barcelona, marzo 2008. Tit.Orig: “The Girl of His Dreams” Diógenes Verlag AG Zurich. Traducción Ana Mª de la Fuente. Pp. 319

sábado, 5 de abril de 2008

A.de Botton. Ansiedad por el estatus

De este autor he comentado en el blog, “Como cambiar tu vida con Proust”, “Las consolaciones de la filosofía”, “El arte de viajar”, y “Beso a ciegas”, así que cualquier lector de novelas policíacas podrá deducir sin dificultad que el Sr. De Botton (www.alaindebotton.com) es un escritor que me gusta.

Manteniendo su estilo, popular sin ser vulgar, esta vez nuestro escritor suizo, y afincado en Londres, indaga en el impulso que nos lleva, a la mayoría de los humanos, a querer tener un lugar apreciado en cualquier grupo social en el que estemos; no importa si es la cámara de diputados, un foro de Internet, o un grupo de presos, siempre es mejor estar en el centro, o cerca de él, que en la periferia.

Pero este deseo, muy humano insisto, lleva aparejado un importe desgaste energético y emocional. Dado que a todos les gusta estar en el centro, éste es un lugar bastante apretado, y se requiere poner en juego tanto cualidades especiales como una voluntad (consciente o inconsciente poco importa) para luchar por él.

¿A que se debe ese interés por el “centro”? (interés que también se da, por otra parte, en el tablero de ajedrez). Siendo uno conocido (famoso) y gozando del acceso fácil a los recursos del grupo se obtiene una mayor sensación de libertad y control sobre los demás. Probablemente este impulso esté grabado en algún gen importante del ADN humano, y si bien hay gente que deserta de estar allí o simplemente se encoge de hombros y sigue su camino, estos individuos marginales no hacen verano… a menos que luego se vuelvan conocidos por algo que han hecho, lo cual, paradójicamente, los devuelve al “centro” por un camino que se alejaba de él.

Sobre este tema Botton desgrana sus razonamientos con el auxilio de su bagaje filosófico y cultural. Analiza tanto las diversas situaciones posibles, como los caminos que diferentes personas han utilizado para concitar la admiración de sus semejantes; y también considera el aspecto oscuro (o también podríamos llamarlo “el coste”) de esos esfuerzos: “Si nos angustia pensar en el fracaso, ello se debe a que sólo el éxito proporciona un incentivo fiable para que el mundo nos muestre su buena voluntad. En ocasiones, un vínculo familiar, una amistad o una atracción sexual puede hacer innecesarios los incentivos materiales, pero sólo un imprudente optimista confiaría en esas divisas para satisfacer regularmente sus necesidades. Los seres humanos no suelen sonreír si no tienen razones contundentes para hacerlo” (pág.113).

Como se ve por la cita anterior Botton enfoca la cuestión desde una perspectiva naturalista, o mejor dicho, realista. Y es una perspectiva que me resulta muy próxima, en la medida en que yo también, en mi modesta proporción, trato de entender lo que sucede antes de aplicarle juicios éticos o filosóficos; lo cual, no lo niego, puede ser una perspectiva muy discutible para aquellos que argumentan que no hay forma de poner entre paréntesis los “valores” en cualquier análisis de lo humano. Pero a pesar de estos aviesos comentarios, sigo creyendo en las virtudes un enfoque neutral y la lectura de los libros de este autor me afirman en la sensación que es posible entender sin criticar; aunque ello requiera un gran esfuerzo de voluntad y un gran amor por la verdad tal como se despliega ante nuestros sentidos.

“Como era de esperar, cuando se investiga, el ideal moderno de estatus elevado deja de parecernos natural u otorgado por Dios. Aparece como una evolución que surge de los cambios sufridos por la producción industrial y por la organización política iniciada en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII y que posteriormente se extendió por Europa y Norteamérica. En entusiasmo por el materialismo, el carácter emprendedor y la meritocracia que inspiran a los periódicos y programaciones televisivas (“Las ideas dominantes de cada época siempre son las de la clase dominante”) reflejan los intereses de quienes llevan las riendas de un sistema en el que la mayoría se gana la vida.

Esta comprensión no elimina milagrosamente cualquier tipo de incomodidad que pueda surgir del ideal de estatus. El mismo tipo de relación existe entre dicha comprensión y muchas de las dificultades de la política, que entre un satélite metereológico y las crisis climáticas. No siempre puede predecir los problemas pero, por lo menos, puede enseñarnos gran cantidad de cosas para abordarlos mejor, disminuyendo considerablemente la sensación de persecución, pasividad y confusión” (pág. 231)

Llegado este punto el lector de este blog me perdonará la pequeña trampa que le tendí al principio de este comentario. La búsqueda del estatus no tiene una raíz biológica, tal como se descubre investigando en la historia, y no está en nuestro ADN por más que algunos crean que es un impulso universal y que siempre acompañó la suerte humana.

Una de las cosas más interesantes que encontré en este libro es ésta conclusión… que nos invita a meditar sobre lo que somos y lo que podemos ser en condiciones históricas determinadas. Como yo también tenía la tendencia a pensar que eso del estatus estaba ligado a la naturaleza humana es que me permití esta pequeña travesura de llevar al lector desde un punto de partida habitual hasta la extraña conclusión del autor: que nuestras emociones están trabajadas desde la más tierna infancia para admirar lo “admirable” socialmente hablando, pero que en otras épocas… las cosas eran algo diferentes. En cambio en el ajedrez el centro es valioso por razones puramente objetivas, geométricas se podría decir, y no tiene nada que ver con la evolución y la historia que es nuestro marco de desarrollo típicamente humano.

Espero que mi razonamiento no le lleve a mi amigo lector a una mayor confusión. En todo caso que lea el libro de Botton y luego ya me contará lo que piensa.

Nota: dejo constancia de la horrible portada del libro. Reconozco que ella sola fue suficiente obstáculo para que tardara meses en leerlo. No me daba ningunas ganas de tomarlo. Un cero para el diseñador (Pep Carrió y Sonia Sánchez, perpetraron a dúo, según parece, este adefesio).

Bibliografía:

Botton(2003), Alain de Botton, “Ansiedad por el estatus”, Taurus, www.taurus.santillana.es Madrid, febrero de 2004, pp.325.Traducción de Jesús Cuellar. Tit.Orig: Status Anxiety