viernes, 25 de abril de 2008

N.J.W. Goda. El oscuro mundo de Spandau

Para los no enterados Spandau fue una cárcel, grande y lúgubre (como corresponde al espíritu de las cárceles con dignidad), alemana para más señas y ubicada en la zona inglesa de ocupación, 1945, en Berlín. Una gigantesca cárcel con sólo siete presos; aquellos que no fueron sentenciados a ser colgados hasta morir en el Tribunal de Nüremberg (el 1 de octubre de 1946). Hermann Göring se salvó de la horca merced a un oportuno suicidio con cianuro el 15 de octubre de 1946, un día antes de la ejecución de los restantes 10 condenados a la última pena. Los que quedaron para purgar sus culpas fueron enviados a Spandau y allí cumplieron su condena con desigual suerte. En el estricto régimen carcelario que les correspondió les estuvo vedado utilizar sus nombres, reemplazado por una cifra. Éste es el número que les correspondió por riguroso orden de ingreso en la prisión: el 1 para Baldur von Schirach, dirigente de las Juventudes Hitlerianas entre 1933 y 1940 y Gauleiter del Partido Nazi en Viena entre 1938 y 1945 (20 años de cárcel) ; el 2 para Karl Dönitz, comandante de la flota de submarinos alemanes entre 1935 y 1943, comandante en jefe de la Marina 1943-1945 y sucesor designado por Hitler, antes de su suicidio, para gobernar los restos del estado nazi (10 años); el 3 para Constantin Von Neurath, ministro de Exteriores entre 1933 y 1938 y Reichsprotektor de Bohemia y Moravia entre 1939 y 1941 (15 años); el 4 para Erich Raeder, comandante en jefe de la Marina alemana entre 1928 y 1943 (10 años); el 5 para Albert Speer, ministro de Armamento y Munición entre 1942 y 1945, arquitecto personal y amigo íntimo de Hitler (20 años); el 6 para Walther Funk, ministro de Economía y presidente del Reichsbank entre 1938 y 1945 (cadena perpetua) y el 7 para el condenado más odiado por los soviéticos Rudolf Hess, el segundo después de Hitler en la jerarquía nazi y el protagonista de la rocambolesca acción de lanzarse en paracaídas sobre Inglaterra para buscar una paz por separado que dejase las manos libres al Führer para lanzarse contra Rusia (cadena perpetua).

Los ejecutados fueron los mandos militares de Hitler: Wilhelm Keitel y Alfred Jodl, el ministro de los Territorios Ocupados del Este, Alfred Rosenberg, el ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentropp, el jefe de seguridad Ernst Kaltenbrunner, el gobernador general de Polonia, Hans Frank, el ministro de trabajo Fritz Sauckel, el ministro del Interior, Wilhelm Frick, el comisario del Reich en Holanda, Arthur Seiys-Inquart y el periodista Julius Streicher. Martin Bormann, secretario de Hitler, fue condenado in absentia (aún se desconocía que había muerto) y como se ha dicho Hermann Göring también lo fue aunque la pena la ejecutó él por su propia mano.

Para el juicio del “Tribunal Militar Internacional de Nüremberg” hay otro libro especialmente dedicado y que leí hace tiempo, aprovecharé para releerlo y comentarlo, después, en el blog, así que a él me remito. “El oscuro mundo de Spandau” trata de lo que sucedió a continuación. La narración podría constituir, al margen de su verdad histórica, una fábula sobre obsesiones y desmemorias que a veces resulta muy verosímil y otras suena a parábola grotesca lindando con el humor negro. Goda, como historiador, se ha ocupado de estudiarla a fondo y brindárnosla en estas 628 páginas, de las cuales algo más de 200 están dedicadas al reglamento de la prisión, a una multitud de notas que documentan su investigación, a una bibliografía muy amplia (como era de esperar) y a un completo índice de nombres que facilita, al estudioso, ir directamente al personaje que más le interese.

Es así como nos enteramos de las primeras agrias discusiones de las potencias vencedoras: EEUU y Gran Bretaña (aunque en diferentes ocasiones tampoco faltó la discordia entre ambas naciones) contra Francia y la URSS y luego los tres aliados contra la URSS en solitario. Una historia de nunca acabar que empezó con el reglamento de régimen interno (al que los rusos querían convertirlo en una herramienta de lenta liquidación de los presos) y que continuó, siguiendo las fluctuaciones de la guerra fría, hasta la muerte del último preso Rudolf Hess (por suicidio, aprovechando un mínimo despiste de sus guardianes) el 17 de agosto de 1987: “Consciente de la oportunidad, Hess actuó. En la caseta había un alargo de cable eléctrico que Hess utilizaba con las lámparas de lectura. El enchufe del cable estaba atado, como habitualmente, a la maneta de la ventana, a poco más de un metro del suelo. Hess se enrolló el otro extremo alrededor del cuello y se colgó desplomándose sobre el suelo (pág. 415).” Hess, nacido en Alejandría, Egipto, en 1894 , había cumplido en abril de ese mismo año 93 años. En su vida la prisión no era un hogar desconocido; primero en 1924, en la prisión de Landsberg, donde estuvo con Hitler y allí le sirvió de secretario para escribir su libro Mi Lucha; luego con los ingleses, a partir de 1941, al final de su fracasado viaje en busca de una paz unilateral, y por fin en Spandau donde terminó su periplo. El tiempo restante, desde que ingresó en el Partido Nazi en julio de 1920, lo dedicó a apoyar a Hitler y a su agresiva política exterior e interior. Es muy probable que por intermedio de Hess, Hitler conociera al profesor Karl Haushofer, amigo de Hess desde los años 20, profesor de historia de Munich, quien predicaba la tesis de un “espacio vital” para los pueblos dominantes y que posteriormente Hitler hizo suya. Hess fue el primero en utilizar las expresiones “Mein Führer” y “Heil Hitleruna invención ritual que a su entender era un reflejo “de la “democracia germánica”, que nada tenía que ver con la variante “occidental-judía””(ver pág. 351) y entre sus múltiples arengas apologéticas de gran jefe resalta la que proféticamente pronunció en el congreso del Partido en 1934, y que inmortalizó Leni Riefensthal en película “El triunfo de la voluntad” (o del “espíritu” como también ha sido traducida) cuando proclama ante Hitler: “¡Tú eres Alemania! Cuando actúas, actúa la nación. Cuando juzgas, juzga el Volk (pueblo). Y te mostramos nuestro agradecimiento prometiendo que estaremos a tu lado en los buenos tiempos y en los malos, pase lo que pase” (ibidem). Hess se salvo de la horca porque se hizo, literalmente, el loco antes y durante el juicio sembrando dudas entre los jueces aliados; cosa que no engañó a los rusos que loco y todo querían verlo balanceándose en el palo mayor. Pero a la postre se impuso, con gran desagrado de los soviéticos, el criterio más humano de occidente.

Todo el libro es fascinante, más debo aclarar (como suelo hacerlo, para evitar “desengaños” en la medida de mis fuerzas) que hay que tener mucho interés por el tema para poder gozarlo tal como lo manifiesto; sino puede ser considerado un libro árido, lleno de discusiones aburridas y que puede servir adecuadamente, como terapia, para una noche de insomnio. Decía que me llamó la atención el tratamiento que hace de la conducta de Speer, el preso más simpático de Spandau que salvó el cuello en Nüremberg debido a una adecuada combinación de sumisión (ni siquiera apeló la sentencia), mea culpa (movimientos de cabeza consternados cuando se mostraban en la sala del Tribunal las películas recién filmadas sobre los Campos de Exterminio; al contrario de la actitud arrogante de los otros líderes nazis) y negación radical de cualquier cosa que lo condujese directamente al patíbulo. El autor se detiene en ello y muestra cómo Speer negó hechos que luego se supo que debía conocer y cómo desde que entró en prisión, a pesar de afirmar públicamente que se la merecía, inició su batalla secreta por ser liberado lo más pronto posible reuniendo un grupo de colaboradores y fuertes sumas de dinero para la operación de salvamento: “…Entre quienes contribuían con depósitos a la cuenta había arquitectos y empresarios que trabajaron para Speer durante el III Reich, se enriquecieron gracias a él, tuvieron éxito durante la posguerra y consideraban que su redención pasaba por la de Speer. Los empresarios habían sido la espina dorsal de lo que se dio en llamar el Kindergarten de Speer, un grupo de jóvenes a los que Speer había colocado en puestos clave del Ministerio de Armamento y Municiones en 1942 con el fin de aumentar la productividad y hacer un último esfuerzo en aras de la victoria final. Movidos por el convencimiento de Speer de que los intereses del Estado coinciden con los del sector industrial privado y de que el futuro pertenecía a las grandes empresas y no a las pequeñas, hicieron del ministro su patrono y se erigieron en el principal motor independiente en la lucha contra otras agencias estatales o del partido que también estaban implicadas en la economía de guerra.” (pág. 291)

Más a pesar de todos los esfuerzos y las grandes presiones que se ejercieron sobre los aliados y el Gobierno Federal Alemán, Speer fracasó y tuvo que purgar los veinte años que le correspondieron de su benévola sentencia. Ello se debió, en su mayor parte, a la intransigencia, esta vez correcta, de la Unión Soviética que hubiera preferido, y con razón, acompañando la suerte de la mayoría de los juzgados. Speer es un caso muy especial que seguro aún dará tela para nuevos libros que describan su caso desde nuevos ángulos. Nunca confesó lo que sabía ni siquiera al final de su vida, y siendo el amigo más cercano a Hitler, fue el que lo negó con mayor rotundidad de todos los líderes nazis conocidos (Hasta inventarse una historia de intento de asesinato del Führer que resultó tan increíble que su abogado defensor no intentó utilizarla como prueba a su favor en el juicio). Una personalidad tan compleja y egotista que ni siquiera su esposa y sus hijos llegaron a aceptar en la intimidad de su hogar una vez cumplida su pena.

Así el libro desgrana uno por uno la situación de cada uno de los siete presos de esta historia (así enunciada hasta se asemeja al título de un famoso cuento infantil), y cómo los susodichos afrontaron sus pocos o muchos años de libertad posterior. El libro es adecuado, además del público especializado, también para los que se interesan por los Tribunales Internacionales, (ahora más frecuentes), y por las dificultades imprevistas que pueden surgir una vez que las penas se han dictado. Como bien se ejemplifica aquí: es, posteriormente a la sentencia, cuando de verdad empiezan los problemas.

Ficha Bibliográfica:

Goda(2007), Norman J.W. Goda, “El oscuro mundo de Spandau. Los criminales nazis, los aliados y la Unión Soviética”, Editorial Crítica, Memoria Crítica, www.ed-critica.es, Barcelona, febrero de 2008, pp. 628, Tit.Orig: Tales from Spandau. Nazi Criminals and the Cold War. Cambridge University Press, 2007.

3 comentarios:

Guillermo Herrera dijo...

Sigo sorprendiendome con tus excelentes comentarios. Saludos

Anónimo dijo...

Good evening

Thanks for writing this blog, loved reading it

Anónimo dijo...

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